Difícil que las jugadoras profesionales puedan ganarse la vida en la República Democrática del Congo (Congo-Kinshasa). Algunas prueban suerte en la vecina República del Congo (Congo-Brazzaville), pero según el Sindicato de Futbolistas del Congo (UFC), es algo que conlleva riesgos y peligros.
Hace dos años se difundió un video que mostraba entrenando en la calle al equipo femenino Sub-20 de las Leopardos, jugando con el balón entre cruce de vehículos y durmiendo a la intemperie porque la federación de fútbol (FECOFA) no había provisto ni terreno de entrenamiento, ni hotel.
En búsqueda de mejores oportunidades de carrera, algunas futbolistas dejan el país (RDC) sin informar a su club o a la Federación de fútbol, entran ilegalmente en la República del Congo y no quedan inscriptas como jugadoras. Vanessa Pemba, que juega actualmente para el MCF Bilenge de Kinshasa, en la República Democrática del Congo, es una de ellas. El año anterior, probó suerte en Congo-Brazzaville. La joven relata su experiencia con el fin de desalentar a otras futbolistas para que no asuman el mismo tipo de riesgos.
Por Vanessa Pemba
En Kinshasa, las dificultades que afronté no eran tan evidentes como podría pensarse, aunque me faltaran los medios para satisfacer todas mis necesidades y las de mi familia. Mi negocio no marchaba bien.
Esa situación me incitó a ir a Congo-Brazzaville con la esperanza de ganar algo de dinero. Pensaba que me permitiría relanzar mi pequeño comercio y satisfacer las necesidades de mi familia. Pero mi partida a Brazzaville resultó ser un verdadero error. El poco dinero y los pocos ahorros que tenía se volatilizaron.
Dejé Kinshasa para ir a Brazzaville, siguiendo la sugerencia de una amiga, que me convenció de que podría salir de allí gracias a la remuneración de las futbolistas, y que mi estancia podría ser rentable si firmaba un contrato lucrativo. Sin reflexionar, piqué el anzuelo con la esperanza de cambiar de vida.
Me fui con un grupo de jugadoras también seleccionadas por un club de Brazzaville. Nuestro periplo transcurrió en la clandestinidad, simplemente por no tener los documentos de identidad necesarios. Atravesamos el río Congo en piragua, desde el municipio de Maluku, en la zona este de Kinshasa. La travesía duró cerca de tres horas y nunca en mi vida pasé tanto miedo. Fue una verdadera prueba que espero no tenga que volver a soportar.
Cuando llegamos al otro lado del río Congo, ya en Brazzaville, fuimos recibidas por una delegación del club, que nos condujo primero a la sede del equipo, antes de alojarnos en un hotel local. Al día siguiente de nuestra llegada, nos llevaron a un piso de alquiler, donde permanecimos durante más de dos meses un grupo de siete jugadoras.
Una vez en Brazzaville, nada se correspondía con lo que me había dicho esa amiga; la situación era totalmente diferente.
El presidente del club nos trataba como a niñas. Pero con el paso del tiempo las cosas empeoraron: la situación se degradaba de un día para otro, hasta el punto de que no teníamos ya nada que comer o beber y no teníamos un céntimo. Incluso vestirse se convirtió en un problema. No había llevado conmigo muchas prendas, pues pensaba poder adquirirlas en Brazzaville con el dinero que ganara.
La única suma que recibí fueron 25.000 CFA (aproximadamente, 40 dólares), una pequeña parte de mi fichaje. El presidente había prometido que recibiríamos el resto pero siempre nos quedamos esperando.
Dado que siempre estuve inscripta como jugadora en mi país, no podía registrarme en Congo-Brazzaville con mi propio nombre. Pero no importaba porque el club me hizo jugar con otra identidad. Solo he disputado seis partidos, aparentemente porque el entrenador no sabía cómo integrarme en el juego. Otras jugadoras de Kinshasa jugaban con mayor regularidad. Cuando ganábamos, teníamos derecho a una prima de partido equivalente a 6 dólares.
Al no ver ninguna solución a nuestros problemas, solicité al presidente un billete de vuelta, pero conseguí únicamente promesas en el aire. Y además, el presidente se esfumó. Fue un verdadero calvario, hasta el punto de que no sabíamos ya por dónde abordarlo.
A falta de algo mejor, recurrí a una tía que me puso en contacto con mi tío, en Pointe-Noire, la segunda ciudad del país, a 500 kilómetros de Brazzaville. De cuando en cuando, me enviaba algo de dinero para alimentos. Afortunadamente encontré a mi tío, que me ayudó mucho.
Mientras buscaba un medio de salir de Brazzaville, encontré una buena samaritana durante un torneo de fútbol. Esta mujer se ocupó de mí hasta que estuve lista para volver a casa. Lo logré luego de siete meses.
Después de obtener mi tarjeta amarilla de vacunación, volví en piragua, atravesando de nuevo el río Congo. En la frontera con la República Democrática del Congo, pude identificarme con mi tarjeta electoral, la cual llevaba conmigo y equivale al carnet de identidad.
Mi estancia en Brazzaville debería servir de enseñanza para otras jugadoras. No hablo únicamente de nosotras, las futbolistas, sino también de la Federación Congoleña de Fútbol (FECOFA), que debería velar por el bienestar de las jugadoras y esforzarse en asegurar que las transferencias se efectúen dentro de las reglas del juego.
Se nos invita a nosotras, las futbolistas, a no seguir asumiendo tales riesgos, pero FECOFA recibe recursos económicos de la FIFA para financiar el desarrollo del fútbol femenino en nuestro país. Corresponde a FECOFA hacer buen uso de estos recursos para invertir y hacer avanzar el fútbol femenino en nuestro país. Las jugadoras deben desear jugar en su propio país y evitar asumir estos riesgos.