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Jonas Baer-Hoffmann: "Las voces de los atletas humanizan el deporte"

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Jonas Baer-Hoffmann es el secretario general de FIFPRO.

Cuando la selección nacional de Irán se niega a cantar el himno nacional -como hizo durante esta Copa Mundial en Qatar- para apoyar a quienes protestaban en su país natal, cuando cientos de futbolistas siguen el ejemplo de Colin Kaepernick, el exmariscal de campo de los San Francisco 49ers, e hincan la rodilla en el suelo al inicio de sus partidos, se unen a una extensa tradición de protesta.

Quizás el momento más icónico fue el protagonizado por Tommie Smith y John Carlos, dos velocistas estadounidenses que levantaron el puño en los Juegos Olímpicos de 1968 en protesta por el racismo y la injusticia existentes en sus comunidades. Su libertad de expresión, así como el riesgo que asumieron para protestar y arrojar una incómoda luz mientras el mundo observaba, no tienen precio y han modelado la función del deporte en nuestra sociedad.  

En esta Copa Mundial diversas federaciones y sus equipos planificaron lucir el conocido brazalete arcoíris que ya habían lucido en anteriores competiciones. Con este gesto simple y modesto, querían evitar el prejuicio y mostrar solidaridad con millones de personas de todo el mundo que no tienen la libertad para amar a quien deseen. Lo que siguió –amenazas de sanciones contra los jugadores, elusiones para hallar respuestas por las federaciones– revelaron la fricción entre las instituciones deportivas y la incapacidad para mirar más allá de sus disputas políticas respecto a los valores que podrían unirles. 

La acción inesperada de la selección alemana, tapándose la boca en la foto de equipo, tuvo probablemente más impacto y autenticidad que el brazalete largamente anunciado.

De la noche a la mañana, un símbolo de apoyo se convirtió en fuente de división y en herramienta de protesta institucional: sin un plan de apoyo y sin convicción, como suele ocurrir, la carga fue dejada sobre los futbolistas. Estoo ha finalizado -por ahora- con la incertidumbre acerca del grado de las sanciones -¿tarjetas amarillas?; ¿sanciones para no jugar en partidos?; ¿algo peor?-, mensajes incoherentes de las federaciones y el silencio de quienes podrían haber tomado decisiones claras unos meses antes. 

Comunicado de FIFPRO sobre los brazaletes One Love

¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Por qué un gesto de apoyo ha encontrado tal resistencia? ¿Por qué se deja a los futbolistas que se sientan aislados cuando sus actos parten de la dignidad y el respeto? "Me siento incómodo y eso dice suficiente", afirma Jan Vertonghen, de la selección nacional belga, mientras se esfuerza por entender si hablar sobre cuestiones de derechos humanos podría costarle una suspensión y en consecuencia su participación en el torneo.

La respuesta fácil –que todo parte de la decisión de celebrar el evento en Qatar– elude retos más profundos. Dejando aparte los pormenores de la saga del brazalete, se plantean, en el centro de la cuestión, dos preguntas: ¿Cuáles son los valores que el deporte verdaderamente adoptará y defenderá cuando exija una influencia unificadora en un mundo fragmentado, cuyas divisiones quedan al descubierto en esta Copa Mundial? Y ¿por qué los jugadores, cuya conducta se regula sobre el campo de juego y son llamados para representar esos valores, no están presentes en la mesa de negociación cuando se confeccionan las normas y las decisiones que repercuten en su propio deporte?

La segunda pregunta muestra el fracaso reiterado del sistema de gobernanza del deporte para escuchar a quienes lo encarnan sobre el campo de juego y compartir poder con ellos. En última instancia, es también un fracaso para abrir el proceso de toma de decisiones a las personas directamente afectadas por él.

La primera pregunta es más sensible y compleja de lo que la mayoría de noticias y comentarios nos haría creer. Los principales eventos deportivos internacionales nunca se han visto libres de influencias geopolíticas; propaganda, protestas y boicots forman parte de su historia. Y cuando el organizador lucha por imponer su identidad y un conjunto único de normas –no solo para proteger sus intereses comerciales, sino también para proporcionar un punto de reunión abierto a todos– ello podría tener como finalidad un objetivo legítimo, pero únicamente si acepta que todo el deporte se enraíza profundamente en la sociedad que lo alimenta. 

Sea cual sea la intención, toda propuesta de apartar al deporte de nuestros derechos fundamentales, tal como se codifican en la Declaración Universal de Derechos Humanos, ratificada por todos los gobiernos de las naciones que compiten en esta Copa Mundial, y consagrada en los Estatutos de la FIFA, es abandonar uno de los pocos estándares comunes a nuestro alcance, y perder la rara oportunidad de un marco de trabajo igualitario para todas las personas del mundo. Las organizaciones deportivas deben comprender que su compromiso con la neutralidad en cuestiones de política o religión no puede aplicarse a los derechos humanos. Ningún acto podría ser más político que la inacción tácita en materia de derechos humanos.

La Copa Mundial de la FIFA y la situacion de los derechos humanos en Qatar

Cuando vemos el lugar del deporte en el centro de nuestra sociedad, observamos más claramente el rol de nuestros atletas: ocupan un lugar central en el escenario, llevan a cabo su papel, canalizando nuestras emociones, incluso mientras desarrollan su propia carrera profesional. El suyo es un mundo que aporta grandes beneficios para algunos, pero también exigencias de la vida pública. El futbolista de hoy en día transita un panorama cultural cada vez más complejo, y ello ofrece una razón más para escuchar su experiencia. Nuestro fútbol es mucho más diverso sobre el campo que en la mayoría de las salas de reuniones de sus entidades.

Como sindicato internacional que representa a 65.000 futbolistas de todo el mundo, nuestro trabajo es proteger sus derechos humanos, condiciones sociales y perspectivas económicas. Les ayudamos a sobresalir como atletas y a hallar un saludable equilibrio en la vida: como trabajadores, colegas, ciudadanos, figuras públicas y, por encima de todo, seres humanos y miembros de una familia.

Actualmente, las expectativas de esos jugadores no son justas ni realistas. En todo grupo de personas se encuentra a quien desea hablar y asumir una postura en pro de aquello mayor a sí mismo, y a quien no desea hacerlo, incluso aunque comparta los mismos valores. ¿Por qué los futbolistas deberían recibir un trato diferente? Muchos desean hablar, pero libremente, en sus propios términos, y con independencia de las decisiones en que no tengan voz, o de sus federaciones, clubes y ligas.

#ShineALight: los problemas que importan a los futbolistas

Pero si les solicitamos que hallen su voz –quizá porque nos falta cierta humanidad en nuestras organizaciones deportivas– entonces debemos respetar también su silencio. Cada jugador continúa siendo, en primer y máximo lugar, un atleta profesional. Nadie debería obligarle a asumir un papel público que no desee.

Esta Copa Mundial ha situado un riguroso foco de atención sobre todos estos retos complejos. Pero los jugadores y los entrenadores no están solos. Mientras que gran parte del mundo lucha con el conflicto económico y social, la desigualdad y un sentido creciente de separación respecto a las decisiones que modelan nuestras vidas, los viejos modelos de gobernanza cerrada y vertical están alcanzando sus límites. Los ciudadanos de las más diversas sociedades exigen una voz más elevada. Hoy en día, el deporte afronta precisamente el mismo reto: el de sus futbolistas, sus seguidores, y el público en general.

Los jugadores están hallando ahora su voz –a nivel individual y colectivo– en un sistema que durante tanto tiempo les quiso mantener en silencio. Las federaciones deportivas deben apoyarles –de manera genuina, abierta y urgente– y compartir la administración del juego con quienes conforman su centro. Abrir la puerta, darles voz, y quizá ello encienda el espíritu humano, del que tantos carecen actualmente en las instituciones de nuestro deporte.