Antoine Lemarie

Antoine Lemarie cuenta cómo un mal agente lo llevó al peor club

Historias de futbolistas

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Antoine Lemarie

El centrocampista francés (27 años) jugó en Singapur, Australia, Inglaterra y Finlandia. En enero se incorporó al Paniliako (tercera división griega) pero se fue una semana después. Este artículo es una advertencia para otros futbolistas.

Un intermediario que consiguió mi número y me envió un mensaje que vi sólo cuando terminé de entrenar. Era tan impaciente que me había enviado ya otros diez mensajes y había añadido a otro intermediario en la conversación, diciéndole que yo no era serio porque no había respondido. Ni siquiera se había presentado pero quería que le enviara la información de mi pasaporte.  

No tuve una buena sensación pero la oferta contractual del Paniliakos era buena, el salario estaba bastante bien y estaba feliz de ir a Grecia porque estaba buscando algo nuevo después de tres años en la tercera división finlandesa.  

Le pedí a otro intermediario que supervisara la propuesta. Este último le hizo dos comentarios el intermediario consiguió ajustar el contrato, incluyendo un anticipo de 2.000 euros. Nos sorprendió que todo se desarrollara tan sencillamente.  

También chequeé su cuenta en redes sociales. Publicaba sobre numerosos acuerdos. Al final comprendí que esas publicaciones eran falsas.  

Había anunciado ya mi incorporación al Paniliakos aunque todavía no se había alcanzado ningún acuerdo.  

No conocía el club. Busqué información en internet pero nunca tuve contacto directo con ellos. 

Pensé: no me gusta este tipo pero si todo va según el plan, solo tengo que pagarle una comisión y trato hecho.  

Entonces, de repente, mencionó que yo tenía que costearme el vuelo porque el club se negaba a hacerlo y él no quería pagarlo porque otro jugador le había engañado al no acudir. Era todo muy extraño pero asumí el riesgo.  

Tras un trayecto en autobús de cinco horas desde el aeropuerto en Atenas –podría haberme informado antes de eso–, el director deportivo me recibió y me llevó a mi apartamento. Ya era de noche. Cuando desperté a la mañana siguiente me di cuenta de lo sucio que estaba todo: había cucarachas en los cajones, la ducha no tenía agua caliente y una parte de la pared me cayó encima.  

Según mi contrato se incluían alimentos, pero el club solo me ofreció una comida ese día. Mi apartamento tampoco tenía cocina para que yo pudiera prepararme la comida.  

Las instalaciones de entrenamiento eran de nivel aficionado: agujeros en la hierba, farolas rotas. Entrenábamos al anochecer, algo peligroso en aquel campo.  

Pero lo peor era que algunos de mis nuevos compañeros de equipo me dijeron en seguida que no les pagaban y que ya se habían ido muchos jugadores extranjeros. Los jugadores griegos también tenían problemas. En mi segundo día uno de los jugadores brasileños se fue.  

Aunque no había recibido el anticipo de 2.000 euros que me prometieron, querían que jugara el partido del domingo, cuatro días después de mi llegada. Pensé: no voy a jugar antes de que me paguen 

Pero cambié de idea cuando observé el ambiente en el estadio y dijeron que todo se arreglaría al día siguiente. Jugué 70 minutos.

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Antoine Lemarie, en acción con el FC Vaajakoski de Finlandia

En el entretiempo presencié algo extraordinario: el otro jugador brasileño fue atacado por el presidente y su guardaespaldas. El jugador estaba en shock y recogió sus pertenencias. Le habían pasado demasiadas cosas en los cuatro meses que estuvo allí: no le habían pagado, el club le había retenido el pasaporte y se lo devolvieron únicamente cuando su agente amenazó con llamar a la policía. Y ahora el presidente lo atacaba.  

También comprendí. Eso era ya demasiado. El dinero ya no importaba.  

El martes comuniqué al presidente y al director deportivo que deseaba irme. El presidente quiso darme algo de dinero aunque mucho menos de los 2.000 euros que me debía, pero yo no lo acepté. Simplemente le pedí que me permitiera irme mediante transferencia libre.  

Me mintieron de nuevo, afirmando que debía esperar porque todavía no tenían mi documentación. Dijeron también que yo había jugado el partido con la licencia de otro jugador. Sin embargo, descubrí que sí estaba registrado; acudí a la oficina local de la Federación griega de fútbol, conseguí mi documentación y organicé una cita para que firmaran los papeles.  

Querían venir al apartamento a recoger las llaves, pero yo esperé fuera, pues no quería estar con ellos en el interior. Nunca sabes lo que puede ocurrir allí.  

El presidente llegó primero, le mostré el papel y le pedí su firma. Se enfureció e hizo ademán de darme un puñetazo.  

Después esperamos hasta que llegó el director deportivo, que hablaba inglés. No querían firmar. El presidente perdió los nervios. Me empujó contra la valla, me agarró del cuello, y rebuscó las llaves en mis bolsillos. Entonces apareció su guardaespaldas. La situación se estaba volviendo demasiado peligrosa. Entregué las llaves y renuncié a la firma.  

Recogí mis pertenencias y abandoné Atenas tan pronto como pude.  

Había grabado el hecho con mi teléfono, sin que ellos se percataran. Parece ser que el presidente me dijo, en griego: “Voy a colgarte de los pies” y “te moleré a palos”.  

Relaté mi caso en las redes sociales y fue recogido por los medios de comunicación griegos. Me volví algo paranoico porque no sabía hasta dónde llegaba el poder de esa gente y todavía tenía que esperar un día para mi vuelo de vuelta a casa.  

Finalmente, esa aventura me costó dinero: el club no me había pagado y yo me costeé mis propios billetes y la noche extra que permanecí en Atenas.  

Escuché que los jugadores del Paniliakos se negaron a entrenar tras mi partida y que habían mantenido una larga conversación con el entrenador. Hablaron también con seguidores preocupados, que habían llegado al campo de entrenamiento para preguntar si mi caso era cierto. Según parece, los aficionados dijeron que tratarían de cambiar las cosas. Sería estupendo que ocurriera. No habría sufrido todo esto para nada. 

Todavía espero encontrar un nuevo club. Puedo jugar en cualquier lugar excepto en Grecia porque el presidente no firmó los documentos.  

He recibido mensajes de otros jugadores, contándome que también han sido engañados por el intermediario y que tuvieron que pagarle dinero. Tuve suerte de haber acordado pagarle únicamente después de que hubiera firmado con el club: no consiguió nada de mí.  

Todas las semanas recibo mensajes de gente en LinkedIn, y otras plataformas de redes sociales, con ofertas o acuerdos de contrato para realizar pruebas, pero tienes que ser muy cauto y saber en quién confías.  

La próxima vez confiaré en mi instinto. De inmediato sospeché que el intermediario era un estafador, que me estaba tratando como a un trozo de carne. Mi hermano incluso me aconsejó no ir a Grecia, por todas las cosas tan extrañas que ocurrieron antes de que yo fuera. Debería haber hecho caso a las banderas rojas.  

Reconozco que puedo ser demasiado entusiasta, especialmente cuando estoy en busca de un nuevo club. Pero hay que comprender que pueden engañarte fácilmente.  

Por lo tanto mi mensaje a otros futbolistas es: sé cuidadoso y solicita consejo a tu sindicato. La próxima vez trabajaré únicamente con alguien en quien confíe.