Caso de Anton Olsson. Redactado por Laurie Bell.
Soy capitán del Karlslunds IF HFK, equipo de la tercera división sueca.
Que yo recuerde, siempre he sufrido de depresión y de un desorden alimenticio.
Todavía me asusta compartir esta información, pero en mi momento de mayor depresión pensé en acabar con mi vida.
No escribo esto por conmiseración. Comparto mi historia porque sé que no estoy solo. Hay muchos futbolistas que sufren problemas de salud mental; sin embargo, raramente hablamos sobre ello, debido al estigma que eso lleva asociado.
Y si algo he aprendido acerca del bienestar mental, es que hablar sobre tus problemas es el primer paso hacia la superación.
Llegué a tocar fondo hace algo más de dos años.
El Karlslunds acababa de ganar un partido crucial de desempate para asegurarse el ascenso. En apariencia, era la culminación perfecta de un año victorioso.
Nuestra rutina semanal era, más o menos, la siguiente: entrenamiento intenso de lunes a viernes, ganar el sábado y celebrarlo juntos tras el partido. Cuando conseguimos el ascenso, las fiestas continuaron. Pero después, de un día para otro, llegó el periodo de descanso y algunos de mis amigos más cercanos del equipo abandonaron la ciudad.
Tras el momento álgido de un año tan exitoso, no tardé en sentirme hundido y solo.
Sin mis compañeros de equipo y sin la estructura de nuestro programa de fútbol, me sentí solo. No era cierto: había más personas, incluyendo de mi familia, a las que podía acceder fácilmente. No obstante, me aislé en mi apartamento, cerré la puerta con llave y me acurruqué bajo unas mantas en el suelo de mi cocina.
“Fui mezquino conmigo mismo, me propiné un golpe en la cabeza y pensé en terminar con mi vida”
Tengo muy claro que nunca quise morir, pero fui mezquino conmigo mismo. Me propiné un golpe en la cabeza y pensé en terminar con mi vida.
Finalmente, comprendí que solo tenía dos caminos ante mí: o hablar con alguien y conseguir ayuda, o podría acabar suicidándome. Afortunadamente, hallé fuerza en mi interior para hablar del tema.
Primero, hablé con mis padres. Fue la conversación más emotiva que he tenido en mi vida. Compartí todo con ellos e, inmediatamente, me quité un gran peso de encima. A continuación, mandé un correo electrónico a mi centro local de salud. Enseguida me invitaron a visitar un doctor, el cual me refirió a un psiquiatra, y este último me diagnosticó una depresión clínica y me prescribió terapia y antidepresivos.
Finalmente, me diagnosticaron bulimia, un desorden alimenticio.
Cabe observar que mi camino hacia la recuperación ocurrió lejos del fútbol. Temía hablar de mis problemas con cualquier persona de mi club. Lo mantuve en secreto para todo el mundo, excepto para mi familia y los médicos.
Porque como deportistas, a veces parece que no nos está permitido mostrarnos cuando nos sentimos débiles o vulnerables.
Finalmente, se lo confesé a mi entrenador, Jonathan Ederström, que fue muy comprensivo.
Mi esperanza para otros futbolistas es que un día sea normal decir que te sientes con el ánimo muy bajo, tanto como decir que tienes un dolor en la rodilla, y que puedas recibir la misma respuesta de ayuda en ambos casos.
Pero para llegar a ese punto, tenemos que terminar con el estigma actual, y demostrar que no es un signo de debilidad manifestar cómo te sientes.
Un estudio realizado entre futbolistas profesionales del fútbol masculino europeo, concluyó que el 37% de ellos manifestó síntomas de ansiedad o depresión en algún momento, durante un periodo de 12 meses.
Ese porcentaje significa uno de cada tres futbolistas. Pero, honestamente, ¿cuántos han hablado abiertamente de ello, aunque sea con un compañero de equipo?
“Algunos de mis amigos quedaron conmocionados, pero todo el mundo me comunicaba lo valiente que había sido y lo impresionados que habían quedado”
Me mantuve en silencio, hasta que concedí una entrevista a un periódico sueco acerca de mis experiencias como jugador con depresión y un desorden alimenticio.
En el mundo del fútbol, no soy nadie. Pero sabía que tenía una plataforma en mi ciudad natal: la pequeña ciudad forofa del deporte, Örebro.
Pensé que si podría ayudar (aunque fuera a una sola persona), para que comprendiera que no estaba sola, entonces habría valido la pena compartir mi experiencia. También fui egoísta: deseaba liberarme de la sensación de estar guardando constantemente un secreto.
Estuve realmente atemorizado cuando se publicó el artículo. Advertí de ello a mis entrenadores, a mi novia, y a mi familia, pero no sabía cómo reaccionarían mis compañeros de equipo, mis oponentes o el público.
La respuesta me dejó asombrado. El día que se publicó la entrevista, mi teléfono no dejó de sonar, recibiendo llamadas, mensajes de texto y mensajes de apoyo publicados en Twitter, Facebook e Instagram.
Todos los integrantes de mi club fueron totalmente comprensivos. Incontables compañeros de equipo, actuales y pasados, se pusieron en contacto conmigo. Algunos de mis amigos quedaron conmocionados, pero todo el mundo me comunicaba lo valiente que había sido y lo impresionados que habían quedado.
Futbolistas de equipos de casi todas las ligas de Suecia me agradecieron el hecho de haber compartido mi historia e iniciar un debate en torno al bienestar mental. Para mi sorpresa, algunos jugadores que ni siquiera conocía me confesaron en privado sus propios problemas de salud mental. “Estamos juntos en esto,” les dije. “No estás solo. Debemos hablar de esto.”
Muchos medios suecos se hicieron eco de mi historia. Jóvenes psicólogos y asistentes sociales la compartieron y me dijeron que sería muy útil que llegase hasta otros chicos jóvenes en problemas, que se guardan sus sentimientos. Cuando Daniel Ekvall, el psicólogo de la selección nacional, la retuiteó, comprendí la importancia del asunto.
Me vi sobrepasado. Aquella respuesta me demostró un par de cosas:
En primer lugar, hay muchísimos más futbolistas de lo que yo creía, que afrontan problemas de salud mental.
Y, en segundo lugar, todos necesitamos hablar más acerca de la salud mental en el fútbol.
“Te lo aseguro: hablar de tus problemas nunca te hará débil. Ha sido lo más fuerte que he hecho nunca”
Como compañeros de equipo, podemos comenzar por preguntarnos unos a otros si estamos bien. En mi club, parece que desde la publicación del artículo hay una cultura ligeramente más abierta al respecto. Es como si se hubiera abierto una puerta para hablar más libremente acerca de nuestros problemas.
Las federaciones de fútbol también pueden ayudar, haciendo obligatorio que cada club profesional –y no únicamente los principales– tengan una persona de apoyo para los futbolistas, que les pueda conseguir la ayuda profesional que pudieran necesitar.
Todos podemos aportar nuestro grano de arena.
Si estás leyendo este artículo y te sientes identificado con mi historia, debo decirte que el mejor modo de comenzar a sentirse mejor es hablar con alguien en quien confíes: un familiar, compañero de equipo, amigo, entrenador, centro local de salud o línea telefónica. Te lo aseguro: hablar de tus problemas nunca te hará débil.
Ha sido lo más fuerte que he hecho nunca.